Las policías mexicanas: a un paso (trasatlántico) de Scotland Yard
Miguel Sarre*
Las policías mexicanas tienen un enorme potencial. Más de 400 mil agentes en los distintos órdenes de gobierno -federal, estatal y municipal- trabajan extenuantes jornadas en las mil 600 corporaciones que reconoce el Plan Nacional de Desarrollo. No es la intención de este artículo realizar un diagnóstico exhaustivo de la compleja red de factores y variables que prefiguran la realidad de la seguridad pública en México, su objetivo es tan sólo destacar cinco puntos que pueden explicar por qué una fuerza policial tan amplia rinde frutos tan exiguos, cuando no contraproducentes:
1. La relación entre la cruzada contra las drogas en Estados Unidos, secundada por el Estado mexicano, y la ausencia de un control efectivo sobre el gasto electoral.
El cambio democrático en México -cuyos grandes hitos ocurrieron en 1997, con el quebranto de la mayoría que hasta esa fecha conservaba el PRI en la Cámara de Diputados, y en 2000, al producirse la alternancia en el Poder Ejecutivo- trajo consigo un costo no calculado, un side effect, para nuestra incipiente democracia: el fin del monopolio político hizo posible no sólo que cualquier partido político pudiera ganar elecciones, también abrió la puerta a un mercado en el que el dinero habría de permitir la compra de candidaturas "por la mala", para ganar elecciones "por la buena". La situación resulta mucho más grave si se tiene en cuenta que dicho dinero proviene de las enormes ganancias del narcotráfico, las cuales sólo son posibles con el acuerdo político vigente, muy efectivo por cierto para reducir la oferta y aumentar las ganancias por el tráfico de las sustancias prohibidas. ¿Cómo no habrían de corromperse en este contexto corporaciones policiacas enteras, como hemos visto en Michoacán o en Baja California?
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